¿Volvemos al pasado?
Imagen propiedad de El diván de Sofía
-"Aquellos que no recuerdan el pasado, están condenados a repetirlo".
*Al lector:
Mil disuculpas si te ha parecido haber leído ya esta entrada o parte de ella. Es posible que la que escribe no lo recuerde.
¿Qué es una persona? o mejor dicho ¿de qué estamos compuestos? Dicen que de agua. Yo digo que de recuerdos, de sueños, de perfumes y melodías.
Me aficioné a la historia a los doce años. Antes, me aburría. Así de simple. Lo único que escuchaba eran las historias de mi abuelo. Mi abuelo; conjunto de Córdoba, el olor a magnolia fresca recién cortada, las historias de miedo que se inventaba para mí cada noche cuando volviamos a casa en coche y de fondo un tango (Volver) de Gardel.
"Hay quién conoce bien su propia ciudad y hay quién se dedica a conocer otras" Me dijo una vez un amigo hablándome de rincones de la ciudad que no eran para nada típicos en el turismo. Cuando vivía en la ciudad me solía perder, recorrer calles aunque no tuviera idea de dónde iría. Una tarde andaba por una de las calles más anchas del barrio, que termina en una rotonda en la que está situado el Portal del Convento del Carmen.
Cerca, se encuentra el Museo de la Inmigración (imagen). A través de la reja, se puede ver uno de los vagones del antiguo "El Sevillano" que todavía se conserva. Dicho tren era en el que viajaban muchos buscando otra oportunidad desde Andalucía. El Museo en general está poco transitado y se puede visitar tranquilamente.
Estaba empezando un proyecto sobre la Guerra Civil en forma de novela así que, aprovechando que estaba abierto, entré. Sorprende la recreación del andén de la estación con el reloj de la época que marca la hora y siluetas de cartón de aquellos que esperaban portando su pequeño equipaje. A los pocos minutos de estar allí, estática ante las figuras, apareció un hombre que se ofreció para abrir el tren. Sorpresa la mía pues pensaba que no estaría abierto al público.
La escalera de hierro invita a subir para entrar por la pequeña puerta del vagón. La silueta del revisor da la bienvenida al público, una servidora con ojos vidrosos. El pasillo es estrecho, sintiendo el tacto de la moqueta bajo mis pies percibo el olor a antiguo mezclado con el olor a cerrado. En el lado izquierdo están los diversos espacios con asientos de madera. Como habitaciones con puertas de madera y ventanas de cristal.
En algunas de estas "habitaciones" hay maletas y diferentes enseres de los viajeros. En otro, un espacio con una pantalla dónde proyectan cintas que en ese momento está apagada. Todo el vagón se llena con el audio de fondo que ya me pareció percibir al entrar. El ruído del traqueteo del tren junto a las voces de los pasajeros y los llantos de un niño. Así, con mil sensaciones en la piel, llego a final de vagón. No sin haberme detenido incontables veces, de haber leído todos los carteles que cuelgan como información al lado de las ventanas y de haber estado rato en el espacio reservado con billetes de tren de la época y otra documentación.
Llego a la puerta de salida, en el otro lateral del vagón, con la sensación de haber viajado al pasado y haber vuelto. Me asomo y me ciega el brillo del sol de la calle. El hombre aún no ha vuelto así que...¿Volvemos a entrar? ¿Volvemos al pasado? Y volví al vagón. El pasado hay que aprenderlo, para no repetirlo. No puedo estar más de acuerdo.
Y sin embargo el pasado tiene sus cosas buenas. El Sevillano, con parada en capitales y apeaderos de importancia, asientos de tercera clase. Se duerme poco en ellos, se habla mucho. Se tejen sueños y se comparten ilusiones. Se crean amistades, incluso algún que otro noviazgo. Las que van a servir y los que van a trabajar. Las familias que dejan el campo y van a la obra, siempre hay un familiar que les cobija un tiempo... Hay algo que no hay que olvidar nunca del pasado, las ilusiones y los anhelos. Las ganas de hacer, por cansados que estemos, son el motor de todo. Si dejamos esa maleta en el tren solo queda volver derrotado. No hay que repetir el pasado, hay que destilar la esencia de los sueños e ilusiones y mantenerlas renovadas. Lo contrario aboca a algo llamado inquerencia propia, suponiendo que esa palabreja exista (lo que no es el caso, pero sirve ). Y ésa es una enfermedad social importante.
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