Un lugar donde perderme



Imagen propiedad El diván de Sofía. 

El verano que recorrí Bilbao y parte de alrededores lo recuerdo con gran cariño pero sin duda sirvió para conocer "mi lugar". Hay siempre un lugar que me viene a la mente cuando cierro los ojos. Un lugar en el que quisiera volver para desconectar. 

Tras una semana desastrosa solo quiero sentarme en mi cama, cerrar los ojos y volver. Volver a sentir el aire moviendo mi pelo, el murmullo del mar chocando contra las rocas, las risas de los turistas que llegan a la cima al terminar los 241 escalones que llevan a la ermita de San Juan de Gaztelugatxe. Volver a acariciar la cuerda y tirar de ella haciendo sonar la campana para pedir un deseo, como marca la tradición. 

Quiero volver a sentarme en aquella terracita de aquel restaurante con mi copa de Txacolí y mis pintxos. Ver la vida pasar, sin prisas pero sin pausas, pues no espera aunque uno no esté haciendo nada. Pasear por las calles y comprar cualquier detalle que me haga gracia. 

Hay lugares que nos abren la mente, que marcan un punto y seguido en nuestro recorrido, y se convierten en lugares importantes. Quizás fue la compañía o que tal vez necesitaba ese viaje. Quizás fue la magia del lugar y la historia que lo envuelve la que hizo que desviáramos nuestra ruta y fuésemos a parar allí. 

Hay un lugar en el que vuelvo cada vez que no entiendo el mundo, que mi alrededor me sobrepasa o cuando tengo la sensación de ya no poder más. Cierro los ojos, respiro profundo y al abrirlos vuelvo a estar preparada para todo. 


Comentarios

  1. Hay lugares que nos abren la mente, que marcan un punto y seguido en nuestro recorrido, y se convierten en lugares importantes. Quizás fue la compañía o que tal vez necesitaba ese viaje. Quizás fue la magia del lugar y la historia que lo envuelve la que hizo que desviáramos nuestra ruta y fuésemos a parar allí.

    ... o simplemente hay lugares que coinciden con el momento en el que de pronto aflora (finalmente) lo que el yo interior quiere decirnos, lo entendemos y utilizamos esa información. Por eso volvemos al lugar de evasión, porque en realidad es un encuentro con nosotros mismos. Una vieja tradición oriental dice que si al "yo" le damos un nombre amigo, que nos sea querido y agradable, tendremos un amigo que nos habla y le escucharemos más. Si no tiene nombre... nos es más difícil estar atentos a lo que sentimos. Somos así de simples, necesitamos dar un nombre para escuchar a alguien, aunque sea a nosotros mismos.

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